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«Yo soy escritor»


Lo conocí en el tercero de los cuatro institutos en los que estuve. Ambos íbamos cuatro años por detrás de lo que deberíamos, por lo que habíamos ido creciendo a medida que nuestros compañeros menguaban en cada repetición, a esas edades cuatro años se notan. Enseguida nos reconocimos, él se acercó primero a mí en un descanso, yo dibujaba, me preguntó si me gustaba dibujar (una pregunta que disfrazaba un «quiero hablar contigo») «Sí ¿y a tí? «no», me dijo «yo soy escritor». En ese contexto de aburrimiento cósmico, entre la desidia más absoluta, aquella afirmación fue como unos fuegos artificiales en mi cabeza «¿eres escritor? «Sí, el año pasado gané un premio para menores de veintiún años y me publicaron una novela». Ese sábado acompañé a mi padre a hacer algo y aproveché para acercarme a una librería. Saqué el papel con el título y pregunté por la novela, recuerdo perfectamente la sensación de tenerla en las manos. Mi padre me preguntó si la quería comprar «¿cómo no voy a querer conocer el secreto del gran misterio que significa que un repetidor que está en mi clase sea escritor y haya publicado una novela?» Eso pensaba, pero sólo dije: «vale». La leí con dificultad, no me llegué a enterar bien de la trama, aunque eso no importó. Estuvimos un tiempo compartiendo aburrimiento, un día me trajo unas entrevistas que le habían hecho, en las que mostraba sus ideas estándar de rebeldía, otro día me confesó que su madre le ayudó con la novela y que ahora le estaba forzando a escribir otra para aprovechar el tirón. A los pocos meses dejó el instituto, me alegré al imaginar que se había ido a escribir. Unos diez años después me lo encontré de madrugada en un bar, hablamos un poco, me dijo que no había vuelto a escribir, que ese mundillo era un asco, que se habían aprovechado de él y cosas así.

Víctima de sí mismo no había podido superar el peso de aquella etiqueta muerta «escritor» (como tantas otras con las que yo también he querido parar el tiempo y esconderme detrás para engañar a la incertidumbre) él quiso pararse en ser «escritor» en vez seguir y experimentarse escribiendo, y aquel engaño y el reconocimiento agotador, cortaron el crecimiento de su evidente talento.

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