Una de las cosas más importantes que he hecho en mi vida es asumir mi inutilidad, mi profunda inutilidad en cientos, o miles, quizás, de cosas. Esto me ahorra muchos esfuerzos y dolores innecesarios. Creo que ha sido una parte muy importante de mi experiencia aquí, la de reconocer mi inutilidad, sólo así he podido ir dejando paso a eso en lo que, no sé muy bien por qué, no soy inútil.
Este camino no ha sido sencillo. Asumir esto es mirar a la vida de frente y asumir la dureza de lo que ves.
Ir hacia el dolor de ver tu inutilidad, te evita miles de situaciones en las que tratar de estar a la altura, una altura que en sí misma es estéril, y conlleva mucho esfuerzo inútil. Es una altura que se asume como si fuera algo real, y no el lugar en el que tratar de parecer que estás, porque esa altura es una altura moralista.
Renunciar a estar a la altura crea en ti una nueva forma de medirte.
Eso único que hay en ti, no tiene por qué ser útil, ni en todas las formas de la expresión, ni en todos sitios, y es lógico que no lo sea. Sobre todo en los sitios tomados por la lógica del mundo, que es una lógica «reproductiva». Porque, justamente, a lo que señala, es a que «lo que hay único en ti» es una cualidad que en el mundo puede aportar algo único. O sea, algo nuevo (que no se puede saber lo que es hasta que ocurre). Que para ser manifestado ha de, necesariamente, salirse de la medida con la que, la lógica del mundo, lo mide todo.
En la medida de la lógica del mundo, lo nuevo es un error, desde la lógica de tu ser en el mundo, lo erróneo puede ser algo nuevo.
Que quieras explorar este lugar solitario, doloroso (un dolor gobernado por ti) y también gozoso, no es necesario, por supuesto, pero creer que es la medida de la lógica del mundo, la que te puede ayudar a manifestarlo, es un dolor invivible, es una muerte lenta.
No pretendo medirme con el mundo, pretendo comunicarme con el mundo a través de mi medida.
Yo bendigo mi inutilidad cada día como el regalo que me ha permitido no serlo en mi pequeño y erróneo grano de arena.