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Protecciones, armaduras y mentiras


De la misma manera que existe un acuerdo abstracto y poco definido de lo que es ser una persona «adecuada», «correcta», ya sea en la vida, o en la forma de hacer las cosas, o en la forma de pensar, que implica someterse a un criterio, que parece que viene de fuera, pero que en realidad, es un criterio castrante que viene de dentro (para... ja, ja, protegerse), que es una castración que usa, como excusa perfecta, el rumor externo, y que elige certeramente mensajes y mensajeros concretos para hacer más efectiva la castración de las propias capacidades, y la responsabilidad que implica ponerlas en juego.


De la misma manera hay un rumor que parece externo, pero que es interno (para... ja, ja, protegerse), que habla de ser «algo», de «profesionalizarse», de llegar a un lugar concreto, definido, reconocible, que pone por encima de la experiencia de sí, la supuesta pertenencia que ese título te puede otorgar, y que más allá que para salir del paso en una conversación casual, en la que alguien te pregunta «que tú qué eres», no sirve, verdaderamente, para nada más que para mermar la experiencia.


Ese empeño por ser reconocido tras una credencial no es más que una manera de alejarse de la cruda y viva experiencia, del juego, en cualquier cosa que hagas.


De la misma manera que no se puede ser una persona totalmente «adecuada», salvo perdiéndose en la angustia de lo que se supone que piensan los demás (que piensan esto y lo otro y lo de más allá), no hay la posibilidad de amoldarse totalmente a algo concreto, a una etiqueta, sin perderse de la experiencia de sí, a cambio de la protección de un muro de papel, que de lo único que te protege es de lo que sólo tú puedes aportarle a la experiencia.



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