Hace años entablé una curiosa relación con un vecino del edificio en el que vivía, era un señor muy mayor que vivía dos pisos por debajo del mío, yo estaba en una casa compartida. Este edificio sólo tenía un piso por planta, por lo que había pocos vecinos. No recuerdo cómo fue que empezamos a hablar, de él sólo llegué a saber que su mujer había muerto hace años y que pintaba barcos de madera que él mismo hacía, me los enseño una de las pocas veces que entré en su casa. Se notaba que vivía sólo por el orden de los muebles, totalmente inusual, parecía la casa de un adolescente, la mesa del salón repleta de maderitas y acuarelas, el caballete y la bici estática medio del salón. Él me llamaba cariñosamente «Artista», recuerdo el volumen y la alegría con la que lo decía al verme. Las conversaciones solían ser un intercambio de bromas, su ingenio natural era impresionante, imposible de reproducir aquí sus frases. Siempre nos enzarzábamos en un intercambio absurdo de vaciles mutuos, en los que desplegaba todos sus dichos castizos. Desbordaba alegría, la única vez que le vi un pequeño rasgo de algo distinto fue cuando me contó lo de su mujer, fue sólo un segundo y luego volvió. Después de aquellas charlas nos despedíamos dándonos la mano, él decía: «Artista» y yo le decía «Paco». Así le estuve llamando durante los cuatro años en los que coincidí con él. Un día otra vecina del edificio me dijo que había muerto la noche anterior, con ese regusto que a veces aparece al comunicar malas noticias, que me dejó helado, le pregunté, para asimilarlo, si sabía la edad que tenía, me dijo «No lo sé, Vicente nunca me lo dijo, era muy suyo» «¿Vicente? ¿Cómo que Vicente?» pregunté, «Así se llamaba» me aseguró la vecina. No podía creerlo, llevaba cuatro años llamándole Paco, lo comprobé en su buzón, y efectivamente se llamaba Vicente. No sé por qué nunca me corrigió, quizás pensaba que era una broma de mi parte, o simplemente lo dejó pasar, a veces he sentido culpabilidad por haberle estado llamando así y he maldecido mi despiste, pero lo cierto es que esto no fue un impedimento para nuestra breve amistad, en la que nos nombramos sin saber ninguno de los dos el nombre del otro.
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