Tenía un conocimiento casi obsesivo sobre cosas como ocultismo, magia, etcétera... La primera vez que quedé con él fue para que me pasara unos documentales. El encuentro fue interesante, él sólo quería hablar y yo escuché sus teorías y paranoias. Con todo este mejunje de conocimientos, había elaborado unas formas que en ese momento me parecieron graciosas y algo tristes. No sé si todo aquello era conocimiento o simplemente una excusa, por ejemplo, decía que practicaba la «reubicación mágica» que consistía en disponer de objetos cuya energía, según él, estaba decaída por falta de interés, o amor, por parte de sus propietarios. Lo que tú y yo llamamos «robar». Esto lo hacía sobre todo con libros, comida y bebidas alcohólicas. A beber y a drogarse creo que lo llamaba «estados de ultra visión», según él, en estos «estados» era superconsciente, además, con una técnica mental decía quitar la parte adictiva. La segunda vez que quedé con él tuvo el detalle de regalarme varios libros, todos interesantes, le propuse invitarle a un café, pero me dijo que él prefería no consumir, insistió en ir a un parque, decía que los lugares en los que se «comercia» le bajaban la percepción, «los libros también se comercializan» le dije, «por eso los limpio con la “magia reprocesual”» que según él consistía en volver a la fuente primaria de las ideas, por lo que no reconocía autorías mundanas. La tercera, y última, vez que nos vimos le noté nervioso, quería convencerme de que renunciara al sexo y al dinero, insistió y le molestó que yo sólo le escuchara. Sólo él sabrá si estas ideas le funcionaron o le mantienen en su penuria. Si me acuerdo de él no es para burlarme de sus ideas, es porque, paradójicamente, en uno de los libros que me regaló se hablaba del Ouroboros, la serpiente que come su propia cola, lo que ocurre cuando se usa el conocimiento para justificar las limitaciones. Esto también ocurre mucho en el mundo académico y científico, donde el conocimiento se cierran en sí, lo que anula la propia posibilidad de conocer, que es algo necesariamente expansivo y fortalecedor, contrario al desasosiego en el que lo abyecto devora lo que tiene más cerca, a uno mismo.
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