La timidez me ha acompañado casi toda mi vida. Digo casi toda mi vida porque al principio no estaba.
Aparece en esos años en los que debía empezar a comerme el mundo, sin embargo, la timidez no me dejó comerme nada, mi mundo durante casi un par de décadas estuvo sin un solo mordisco.
Mi timidez no era absoluta —no lo es ninguna timidez— esa es su fuerza, si fuese absoluta casi sería más fácil.
Los vericuetos que mi timidez tenía, en el momento, cuando funcionaba, seguían la lógica que ella aplicaba, y así yo la respetaba; esto no lo hago porque me da vergüenza -la timidez es el soldado y la vergüenza su arma- ahí se quedaba la cosa. Muchas cosas fueron las que no mordí gracias a ella. Cosas sencillas, cosas que tú haces habitualmente, yo era incapaz de hacerlas. Durante una época me adapté a sus caprichos, ayudado en esta adaptación por amigos y familiares que suplían mi carencia con su ayuda, así entre todos, y por mi falta de responsabilidad, quedaron algunas áreas vírgenes en mi vida hasta bien mayor. Y así la timidez se fue convirtiendo en la excusa y de la excusa al vicio. Instaurada como religión oficial, estuvo durante mucho tiempo y en muy poco tiempo dejó de serlo, también.
La necesidad no fue lo que produjo este trasvase. Podría haber conseguido mantenerla hasta mi muerte, unido, como un parásito, a mi timidez. Generé la capacidad de encontrar a personas que suplían esta incapacidad con sus buenas intenciones. Éramos vampiros mutuos.
No, no fue la necesidad, fue la decisión. Una decisión trascendente. Una decisión que fue más un juego, una apuesta, que otra cosa. La decisión implicaba algo tan imposible para mí que pensar en aplicarla hasta me excitaba –todavía ahora al recordarlo me afecta.
Lo más parecido a tomar esta decisión que recuerdo es meterse en agua helada de golpe. Cuando haces esto, cuando te metes en agua helada, hay un punto en el que el cuerpo desconcertado no sabe qué sentir, si placer o dolor, y nos deja que elijamos, yo me metí en esa piscina helada y decidí el placer, y en vez de contraerme, expandirme, aunque la impresión fuese muy intensa.
Mi timidez y mi vergüenza terminaron de mandar casi por casualidad. Un día, por experimentar, me inventé algo, como un juego, algo sencillo; consistía en ver cuántas cosas, que podía hacer yo solo, pedía ayuda, y las fui apuntando. Cuando me di cuenta de que dejaba de hacer muchas cosas a cambio de establecer una relación con otra persona, pidiéndole ayuda, me sorprendí tanto que tomé la decisión de probar a hacer todas esas cosas yo solo. O sea, que no iba a pedir ayuda, salvo que hubiese una necesidad absolutamente verdadera de hacerlo.
Lo curioso es que prácticamente todo lo podía hacer solo, salvo cosas físicas muy evidentes, pero que lo importante fue lo otro, ver como esta sencilla decisión afectaba a mi relación con mi entorno.
En mi caso -no sé si esto es generalizable-, la timidez implica una relación con el mundo, y aunque parezca que no tiene mucho que ver lo de hacer las cosas solo, yo creo que lo tiene, y mucho.
Tomar esta decisión no ha sido un camino recto, las trampas; subidas y bajadas, han sido muchas. Sin embargo, al aplicar esta fórmula se me fue desvelando un plan secreto, la timidez respondía a un código, y este código se podía descifrar a través de esas cosas concretas que no podía hacer y que alguien, de alguna manera, ya fuese real o simbólicamente, hacía por mí.
Todo tenía un objetivo, y yo no había sabido verlo. Ahora lo veía claro gracias a realizar por mí mismo algunas de las cosas prohibidas, no por la cosa en sí, sino por a dónde me llevaban.
En esta, como en tantas otras cosas, lo que me ha funcionado es el acecho, tratar de entender lo que gano con mi limitación, no forzar la resistencia. En definitiva, comprendí que la timidez trata de evitarme una serie concreta de experiencias, y que entender se basa en entender el código, lo que estas experiencias juntas simbolizan.
Toda timidez tiene su lógica, pero desde la propia lógica no se puede entender la lógica de la timidez, hay que jugar a hacer lo imposible posible, ahí la timidez se pierde.
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