Si te fijas, mientras estás aquí y lentamente lees estas palabras, el tiempo está operando invisible.
Hay un grito oscuro y frío que dice que el tiempo se suma y a la vez se resta, y que dice que el tiempo va a lo suyo, que es inalterable, que no da descanso, que no tiene misericordia. Dice que el tiempo es una apisonadora, y si no corres te aplasta, por eso, una parte de la mente te mete prisa, te pide resultados «A ver, monoperro, de qué me estás hablando ahora, que tengo muchas otras cosas que hacer, que el tiempo se acerca, ¡que me aplasta!» y así, la mente te saca y te lleva, para poder llenarse antes de que el tiempo te vacíe, pero no, así no es. El tiempo ni se suma ni se resta, ni es inalterable, inmisericorde, apisonador, eso es lo que esa parte aterrorizada de la mente grita, y es quien se alarma y reacciona a sus gritos de espanto, a quien el tiempo se le transforma en esa fuerza destructiva.
Si sigues aquí, sosteniendo la prisa del exceso, ya has hecho magia, has puesto gobierno sobre ese grito oscuro y frío. Si todavía no te has ido a coger todo eso que esa parte de la mente dice que te falta, todo eso que esa parte de la mente dice que te va a salvar del tiempo, entonces has puesto el tiempo al servicio de tu verdadero ser, le has dejado claro lo que eres, porque eso es el tiempo: la extensión de la posibilidad, que con dolorosa exactitud se adecúa a lo que crees que eres en cada momento, a lo que niegas de ti, o a lo que afirmas de ti, a lo que escondes de ti, o a lo que muestras de ti, a lo que exiges de ti, o a lo que otorgas de ti. Eso es el tiempo, la más amorosa presencia a tu servicio para que crezcas o mengues en él, es el vacío, tu papel en blanco, tu arcilla.
Sostener en el silencio y el vacío eso que sabes, esa inocente presencia, con autoridad, abre el cofre del tiempo.
Y antes de acabar, con esta inspiración larga, profunda y sostenida, siente la fuerza infinita que se abre, y ahora ¡suéltalo!