Me ocurrió no hace mucho, no recuerdo qué época del año era, lo que sí recuerdo es que llovía, era un día lluvioso, gris, frío, de esos días que piden quedarse en la cama, de esos días que te meten para dentro, un día de mierda. Así y todo me tocaba salir, no sé a qué, de ese día no recuerdo más que la lluvia y lo que sigue. Me vestí como si fuera al polo norte, porque trataba de abrigar a ese sentimiento de desesperanza, que todos sabemos que no es posible abrigar, y por más ropas que uno se ponga el frío de la desesperanza sigue ahí. De esa manera salí a la calle, con el paraguas y las botas de agua para completar mi vestimenta, que pretendía aislarme del día inclemente, “vaya día de mierda” me decía. Con paso ligero me puse a caminar, cabizbajo, cariacontecido, sufriendo la lluvia el viento y el frío, “vaya día de mierda”. A donde tenía que ir no era tan lejos como para usar el metro, pero quizás un poco lejos como para ese día, de todas formas decidí andar para evitar las aglomeraciones del metro, no tenía ganas de gente apretada. Caminé y caminé mirando mis pies y poco más. En un momento dado, obviamente por mi culpa, choqué con el carrito de un bebé, ¡Ay, perdón! Al decir esto levanté la mirada, no llegue a ver a quién conducía el carro, sólo vi al bebé, me sorprendió lo fresco que iba, “se va a congelar”, pensé, y así como lo pensaba miré hacia arriba, estaba delante de un semáforo, todas las personas que estaban esperando al otro lado de la calle me miraban, algo no estaba bien, su ropa era de verano, cerré el paraguas y el sol me atravesó las pupilas, de golpe me vino todo el calor del sol calentando las varias capas de ropa que llevaba, el frío y la desesperanza se esfumaron de golpe y me entró la risa, “vaya día de mierda” pensé. #cancamusas
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