

La vida no es un videojuego, por eso los videojuegos captan tanta atención, porque no son la vida.
La lógica del videojuego no es la lógica de la vida, pero no quiero hablar aquí de videojuegos sino como metáfora errónea de la vida, y del error de pensar que en la vida también se van pasando pantallas, se van sumando puntos, se va ganando o perdiendo, y que por lo tanto, tiene que aumentar la emoción y la dificultad, pero no, en la vida no.
A diferencia del videojuego, que está desarrollado, organizado de antemano, con precisión y mucho arte, para conseguir unas emociones concretas, la vida no lo está, la vida no está diseñada, no tiene una evolución, ni una lógica determinada de antemano.
Es esta, de hecho, una de las formas en las que es más fácil perderse de uno mismo y de la innata percepción de estar bien; entrar en la lógica del videojuego, de pasar pantallas y aumentar la emoción, y es al haberse perdido en esta lógica, cuando se buscan soluciones que responden a esta misma lógica, como si la conexión de sí fuese posible quemando etapas, tachando tareas.
Es por esto que es tan habitual el ansia de nueva información, a través de más libros, vídeos, de más experiencias y emociones, o más terapias, buscando pasar pantallas y llenarse (que no digo que sea malo leer o escuchar cosas nuevas, por supuesto que no, lo confuso es hacerlo desde ese lugar) creyendo que haber hecho algo en relación a, por ejemplo «la infancia», deja esa pantalla superada y se puede pasar a otra. «Esto ya lo he trabajado antes» escucho a menudo, como quién enseña un diploma, sin embargo, en la experiencia de este mundo de la forma, de la identidad, lo que te toca practicar es siempre lo mismo, como el Samurai que practica un solo movimiento de Katana, ese es el quehacer para el recuerdo de sí: lo mismo.
Lo que has venido a experimentar siempre se va a presentar a través de lo que te ha sido dado, de lo denso, de lo que crees que eres, de lo que crees que has vivido, eso siempre se presenta como lo mismo, por eso sólo hay un conflicto, y es, en esta monótona práctica de lo mismo, donde es posible la unión en el sí mismo.
*Fotos de Sonia Pueche.
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