Recuerdo la sensación que cada una de sus frases iban produciendo en mí. Fue hace muchos años, sin embargo esa conversación la guardo como uno de los mejores libros que he leído nunca.
De él apenas recuerdo su aspecto de vagabundo, elegantemente desaliñado y atractivo, un tipo que no desentonaría ni entre príncipes ni entre mendigos. Me contó que estuvo casi diez años en una de las peores cárceles del mundo, de la que asumió que nunca saldría con vida.
«Todavía sueño que estoy allí, y eso que hace ya más de veinte años que salí milagrosamente».
No sé si a ti te pasa, pero a mí me ocurre que cuando escucho algo verdaderamente relevante, me recorre como un escalofrío que me baja por la coronilla a la nuca y me recorre todo el cuerpo. Eso me ocurrió escuchándole.
«Aunque ese sitio es el infierno, hubo un momento que me acostumbré, me hice al lugar. Tenía mi rinconcito, mi mundo, mis costumbres, e independientemente de todo lo demás, de eso que era sólo mío, tengo un buen recuerdo».
Es como si en aquello que me contaba hubiera escondido algo muy importante para mí.
«Yo asumí que de ahí no se sale con vida, y menos yo que no soy un delincuente, así que viví cada segundo como si fuera el único».
Poco a poco, reviviendo la conversación lo he ido comprendiendo.
«No me mataron porque ya estaba muerto, el pasado y el futuro se transformaron en sobrevivir. Sin eso no te pueden quitar nada, por eso me respetaban. Alguna vez alguno intentó matarme, pero no pudo. A uno que se ríe nadie le puede matar». «Cuándo me dijeron que podía salir fue un golpe, ya estaba hecho al sitio, algo en mí no quería salir». «Esos años fue el pago por haber despreciado tanto la vida».
A veces imagino que hablo con él y le digo que todos vivimos en una cárcel que es nuestro sistema de creencias, nuestros límites, y en ellos está nuestro rinconcito y nuestro infierno. Que de esta cárcel sólo se sale dejando de creer en ella, riéndose de ella y de esa búsqueda de seguridad que es lo que mantiene la cárcel, y que esos límites son el precio que pagamos por atrapar a la vida entre el deseo de salir y la costumbre de estar dentro, y que las vida nos pone en juego lo queramos o no, la riamos o no.
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